La creciente actividad sísmica y geoquímica en el volcán Teide, situado en Tenerife (Islas Canarias), ha generado un debate científico y social sobre su potencial eruptivo. Aunque las autoridades y expertos insisten en que no hay indicios de una erupción inminente en el corto plazo, la monitorización intensiva y los estudios estadísticos revelan un escenario complejo que merece un análisis detallado. Este informe sintetiza los hallazgos recientes, las probabilidades estimadas, los sistemas de vigilancia y las implicaciones socioeconómicas de una posible reactivación volcánica.
Aumento de la sismicidad y emisiones de gases
Desde 2016, los instrumentos del Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN) y del Instituto Geográfico Nacional (IGN) han registrado una actividad sísmica anómala en el entorno del Teide, caracterizada por enjambres de microterremotos de magnitud 1-2 en la escala Richter, concentrados principalmente en Las Cañadas, Cumbres de Adeje y Vilaflor. A esto se suma un incremento progresivo en las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) y dióxido de azufre (SO₂), con mediciones que sugieren un aumento de la presión en el sistema hidrotermal subyacente. En junio y julio de 2023, se detectó un enjambre sísmico a más de 30 km de profundidad cerca de Santiago del Teide, seguido de otro en diciembre bajo Las Cañadas.
Estos fenómenos, aunque no indican movimiento magmático ascendente, reflejan una dinámica interna activa. Luca D’Auria, director de Vigilancia Volcánica de INVOLCAN, explica que la sismicidad actual es insuficiente para anticipar una erupción, ya que esta requeriría terremotos de magnitud superior a 4, acompañados de deformaciones del terreno más pronunciadas.
Estimaciones a corto, medio y largo plazo
Basándose en datos históricos y modelos probabilísticos, un estudio dirigido por Joan Martí en 2012 calculó que la probabilidad de una erupción de magnitud similar a la de Montaña Blanca (hace 2.000 años) es del 2,1% en 20 años, 5,1% en 50 años y 10% en un siglo. Para erupciones de menor intensidad, como la del Chinyero en 1909, la probabilidad alcanza el 11,1% antes de 2060.
En febrero de 2025, Luca D’Auria actualizó estas proyecciones, señalando un 2% de probabilidad para 2025, 40% en cinco años y más del 90% en un siglo. Estas cifras, sin embargo, se basan en extrapolaciones estadísticas y no consideran posibles aceleraciones en la actividad geológica. Como advierte D’Auria: «Es especulación; luego puede pasar cualquier cosa».
El Plan Especial de Protección Civil y Atención de Emergencias por Riesgo Volcánico (PEVOLCA) ha reforzado su red de sensores, incluyendo estaciones sísmicas, GPS para medir deformaciones y espectrómetros para gases. Itahiza Domínguez, director del IGN en Canarias, destaca que Tenerife cuenta con el sistema de vigilancia más avanzado de España, superior incluso al de La Palma antes de la erupción del Tajogaite en 2021.
Además, se está desarrollando un simulacro de erupción patrocinado por la UE para 2026, que evaluará la capacidad de respuesta ante escenarios críticos. Manuel Miranda, consejero de Política Territorial de Canarias, subraya la importancia de la transparencia informativa para evitar alarmismos: «No hay peligro inmediato, pero no podemos negar los riesgos inherentes a un territorio volcánico».
La erupción del Tajogaite en La Palma (2021) demostró que los sistemas de alerta temprana pueden reducir el impacto humano, pero también evidenció limitaciones en la predicción precisa. En el caso del Teide, los expertos contemplan dos escenarios principales:
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Aumento gradual de la sismicidad, con terremotos cada vez más intensos que anunciarían una erupción semanas o meses después.
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Activación repentina, similar a La Palma, donde un enjambre sísmico precedió la erupción en apenas días.
La última erupción en Tenerife, la del Chinyero (1909), fue de tipo estromboliano, con emisiones de lava fluidas y baja explosividad. Sin embargo, el actual sistema hidrotermal del Teide sugiere que una futura erupción podría ser más explosiva, especialmente si involucra magma rico en sílice.
Vulnerabilidad demográfica y económica
Un estudio de 2011 liderado por Joan Martí identificó las áreas más expuestas: el noreste de Tenerife (Santa Cruz, La Laguna) y los valles de Icod y La Orotava, donde residen más de 900.000 personas. Los flujos de lava podrían alcanzar la costa, afectando infraestructuras críticas como el aeropuerto TFN y la autopista del norte.
Además, las emisiones de ceniza y gases tóxicos supondrían un riesgo para la aviación y la salud pública, especialmente en escenarios de erupción prolongada. Nemesio Pérez, director de INVOLCAN, advierte: «Debemos prepararnos no solo para lo probable, sino para lo posible».
La actividad reciente del Teide confirma su condición de volcán activo en reposo, cuyo comportamiento debe ser observado con rigor científico pero sin alarmismo. Aunque las probabilidades de erupción a corto plazo son bajas, la acumulación de presión en el sistema hidrotermal y la sismicidad persistente exigen mantener protocolos de vigilancia y educación ciudadana. La lección más clara es que, en un archipiélago volcánico como Canarias, la coexistencia con estos gigantes dormidos implica asumir riesgos calculados y invertir en resiliencia comunitaria.